“Algo que proporcione osadía, arrojo, intrepidez; una sustancia del paraíso perdido, de las fuentes de la eterna juventud, de los árboles con frutos prohibidos, de las piedras filosofales, de las plantas evocadoras de falos y vaginas…”



¿Qué entendemos por afrodisíaco? Seguro que muchas veces has escuchado hablar sobre sustancias con efectos afrodisíacos o libidinosos: alimentos, olores, hierbas… Pero, ¿A qué nos referimos específicamente cuando hablamos de que una sustancia provoca este tipo de efectos?

La importancia de esta aclaración reside en que confirmar si estas sustancias afrodisíacas son un mito o no va a depender directamente de ella. 

Si por Afrodisíaco entendemos cualquier sustancia capaz de provocar en hombres y mujeres un inminente aumento del deseo de un encuentro sexual, lo sentimos, debemos ser muy estrictos en aclarar de una vez por todas que no, los afrodisíacos como tal no existen.



“Los hombres han buscado durante años, aunque generalmente en vano, sustancias sexualmente estimulantes. La mayor parte de los llamados afrodisíacos son farmacológicamente inactivos. Si aumentan la conducta erótica, es exclusivamente a un efecto placebo” señalaba Kaplan ya en 1996, respaldada por numerosos estudios científicos posteriores.
No existe en la naturaleza ni, hoy por hoy, en los laboratorios que produzca la aparición del deseo y las ganas de mantener relaciones sexuales, de hecho el deseo sexual es en la actualidad todavía un proceso que guarda numerosas incógnitas para los expertos en sexualidad humana. Pero entonces, ¿de dónde proviene esta creencia?

En la Europa medieval fue la mandrágora, por su forma de hombre, en África, el pene de león en polvo, en China, el cuerno de rinoceronte, y así podríamos continuar enumerando cientos de sustancias conocidas tradicionalmente por sus supuestos efectos sobre la activación sexual. Tradicionalmente se ha tenido constancia de la búsqueda incansable de este tipo de sustancias naturales que provocaran que hombres y mujeres se dieran rienda suelta a sus instintos más salvajes. Y no fue en vano, ya que comenzaron a descubrirse efectos específicos de determinadas sustancias que influían en sistema nervioso humano y por tanto, en determinados procesos básicos del ser humano, entre ellos, la actividad sexual.


Obviamente existen incontables sustancias que producen diversos efectos fisiológicos en nuestro organismo: vasodilatación, aumento del flujo sanguíneo, segregación de hormonas determinantes en nuestro bienestar como son la dopamina o la serotonina, incluso algunas que nos hacen sentir más activos y vitales como la testosterona; pero la realidad es que ninguno de estos efectos tienen influencia directa sobre el deseo sexual. Son activadores generales, lo que provocan es que nos sintamos más a gusto en general y que tengamos más ganas de hacer cosas. En sí mismos no aumentan el deseo sexual. Es decir, en caso de excitarnos sexualmente o simplemente sentir ese deseo previo a la excitación, haber consumido un vasodilatador facilitará el flujo sanguíneo en nuestros genitales. Pero, y he aquí la clave, en caso de no existir un estímulo o razón para tener ganas de actividad sexual, el consumo de tal sustancia será totalmente inútil. Y es que, ninguno de los efectos anteriores puede compararse al efecto placebo. La idea de pensar que una sustancia vaya a provocar determinado efecto en nosotros, es suficiente para provocarnos tal efecto en menos de lo que canta un gallo. 



En estas consecuencias inmediatas se basa Pere Estupinyà cuando afirma “Los afrodisíacos no son un mito, pero el clásico chocolate o vasito de vino que mejoran nuestro humor y aumenta la sensación de bienestar continuarían siendo, junto con placebos de distinto origen, una de las mejores opciones para facilitar el encuentro sexual”.

Porque en términos de deseo sexual siempre será más efectiva una buena conversación, un agradable rato de risas o una cena agradable con alguien que nos atraiga. 

Y es que el ginseng, la canela, el chocolate, los higos, la Viagra, el marisco, la nuez moscada y toda la retahíla de productos comercializados con objetivo de aumentar el deseo, no son más que eso, un fructífero comercio.

Marta Torres

Psicóloga

Especialista en Sexología y Terapia de Parejas